Durante la segunda mitad del siglo XX tiene lugar en nuestro país una gran proliferación de escrituras por parte de autoras mujeres; casi un estallido textual si tenemos en cuenta la cantidad de nombres que empiezan a producir y publicar sus obras, a luchar por la visibilidad y por la construcción y legitimación de una voz propia. La ocupación del espacio dentro del campo literario por parte de las escritoras conlleva, necesariamente, un reacomodamiento del “canon”, de las convenciones genéricas y de las tradiciones literarias, una revisitación de las políticas sexuales y textuales que habilita y propicia revisiones, relecturas y reconsideraciones de la literatura argentina. La toma de la palabra supone no solo la irrupción de temas, experiencias, miradas y puntos de vista que con anterioridad no habían tenido carta de ciudadanía en la escena literaria, sino también la problematización de las identidades de género, la deconstrucción de las subjetividades generizadas, la puesta en cuestión de la heterosexualidad obligatoria y de las coerciones socioculturales sobre las mujeres y otros grupos minoritarios. Supone, además, la introducción de una perspectiva inédita sobre los cuerpos que los desvinculará definitivamente del dominio “natural” para subrayar las determinaciones culturales en los procesos de construcción de la corporalidad. Supone, en definitiva, un corrimiento de los límites de la representación a partir de la incorporación de una mirada crítica, complejizadora y deconstructiva sobre premisas fundacionales de nuestra cultura desde una óptica situada, opuesta a esencialismos, univocidades y naturalizaciones.