“Yo Fernando Zapata, capitán de los Tercios de Flandes y al servicio del rey de España, en una noche cerrada, sin luna ni estrellas, de tormenta y viento huracanado, salí a galope por las calles de Madrid, camino de la ciudad de Toledo”. El capitán huía de la muerte de su esposa, a la que encontró asesinada en la Casa de las Siete Chimeneas donde ambos vivían. Durante toda su vida le persiguió el recuerdo de lo que en esa casa sucedió. Era el primer día del año 1572, un día frío e inhóspito, cuando el capitán Fernando Zapata entraba en la casa de las siete chimeneas; quería dar una sorpresa a su amada. Entró quedo, sin hacer ruido, dirigiéndose al dormitorio. Allí, la vio muerta, estaba como dormida. La muerte la había encontrado en pleno sueño, sin violencia. Su cuerpo cubierto con un blanco camisón y sus cabellos desparramados daban una nota de calidez a la escena, en contraposición con el entorno que presagiaba horror y espanto. Había recibido una carta de Elena que decía “Si se cumplieran todas mis sospechas, sal de esta casa, de este país y huye lo más lejos posible. Inicia una nueva vida, enamórate de nuevo y ten hijos. Sólo te pido que a una hija le pongas de nombre Elena. En el recuerdo estará mi amor. Cuando en las tardes frías del invierno, junto a la lumbre y los rescoldos de unos leños bien quemados, me recuerdes, piensa que te quise con adoración y frenesí. Tuya, Elena. “